Un racimo con siglos de historia

El Mediterráneo guarda en su memoria paisajes, aromas y sabores que han viajado a través del tiempo. Entre ellos, pocos son tan emblemáticos como la uva Moscatel de Alejandría. Dorada al sol, aromática y voluptuosa, esta variedad se ha convertido en un símbolo de la cultura vitivinícola mediterránea. Cada racimo cuenta no solo una historia de tierra y clima, sino también de pueblos que supieron transformar la naturaleza en un arte: el arte del vino y del aperitivo.


Orígenes antiguos: de fenicios a romanos

El nombre moscatel podría venir del persa musc, del griego moscos o del latín muscus, todos relacionados con el almizcle y con el hecho de que su aroma intenso atraía incluso a las moscas. Lo cierto es que esta variedad viajó desde Oriente hasta asentarse en las costas del Mare Nostrum, donde encontró un hogar perfecto.

Los fenicios trajeron la viticultura a la península ibérica, y fueron los íberos quienes fundaron las primeras bodegas en el siglo VII a. C. En Denia y sus alrededores se han hallado lagares, prensas y ánforas que demuestran la importancia del vino en aquellas comunidades. Más tarde, los romanos dieron continuidad al cultivo: villas con depósitos, alfarerías y almacenes consolidaron a la costa levantina como exportadora de vino hacia Italia, Baleares y otros rincones del Imperio.


Siglos XVIII y XIX: el esplendor del Moscatel

El verdadero auge del Moscatel de Alejandría llegó en el siglo XVIII. En España —especialmente en Alicante, Valencia y Málaga—, así como en zonas de Italia y Francia, se consolidó como uva clave para la elaboración de vinos dulces de gran prestigio. Aromáticos, florales y con un dulzor natural incomparable, estos vinos se convirtieron en un bien de exportación muy codiciado.

En la misma época, la producción de pasas de Moscatel vivió un desarrollo espectacular. Regiones como Málaga y la Marina Alta —con pueblos como Benissa, Teulada o Moraira— se especializaron en un producto que alcanzó mercados internacionales como un auténtico lujo.

En el siglo XIX, la popularidad del Moscatel creció todavía más, con un boom en la producción de vinos dulces y fortificados que conquistaron países como Inglaterra. Pero el final del siglo trajo la plaga de la filoxera, que devastó viñedos europeos. Aun así, muchas zonas mediterráneas lograron resistir o recuperarse mediante injertos sobre vides americanas, preservando así la supervivencia del Moscatel de Alejandría.

 


Una cata de identidad: cómo es el Moscatel de Alejandría

Probar un grano de Moscatel es viajar en un instante al corazón del Mediterráneo.

  • Visual: su color va del dorado al amarillo pálido, brillante como un rayo de sol.
  • Aroma: floral y frutal, con notas de miel, frutas tropicales, piel de cítricos e incluso un toque especiado.
  • Sabor: dulce y afrutado, con la sensación de fruta madura equilibrada por una acidez moderada.
  • Textura: suave, redonda, con cuerpo voluptuoso en los vinos dulces que se elaboran a partir de ella.

Este perfil hace del Moscatel una uva versátil, capaz de dar vinos dulces, secos, vermuts llenos de personalidad e incluso pasas que son auténticos tesoros gastronómicos.


Suelo y clima: la magia de la Marina Alta

Si hay un lugar donde el Moscatel de Alejandría brilla con fuerza es la Marina Alta. Las condiciones naturales de esta comarca son un regalo para la vid:

  • Suelos calcáreos y pedregosos, que drenan bien el agua y obligan a la planta a esforzarse, concentrando así los azúcares en las uvas.
  • Terrazas escalonadas, que aprovechan la inclinación de la tierra para captar la máxima luz solar.
  • Clima mediterráneo con veranos cálidos y secos, inviernos suaves y más de 3.000 horas de sol al año.
  • Brisas marinas, que regulan la temperatura, refrescan las viñas y reducen el riesgo de enfermedades.
  • Ausencia casi total de heladas, que permite a las vides desarrollarse con regularidad.

Estas condiciones hacen que el Moscatel de Alejandría aquí cultivado tenga una identidad única: uvas intensamente aromáticas, con un dulzor equilibrado y una frescura que recuerda al paisaje donde nacen.


El Moscatel hoy: tradición y modernidad

A lo largo de los siglos, el Moscatel de Alejandría se ha mantenido como un patrimonio cultural, agrícola y gastronómico. Su versatilidad lo convierte en protagonista tanto en vinos dulces tradicionales como en propuestas más actuales: vermuts artesanales, aperitivos mediterráneos y reinterpretaciones que buscan acercar esta uva a nuevas generaciones.

Más allá del producto, el Moscatel es también identidad. Es la uva que une a familias, la que está presente en sobremesas largas de verano, en fiestas populares, en exportaciones que llevaron un pedacito de Mediterráneo al mundo.


Brindis al Mediterráneo

El Moscatel de Alejandría no es solo una variedad de uva: es un símbolo. Representa la memoria de la tierra, la constancia del trabajo vitivinícola y la belleza de lo sencillo. Cada racimo es un puente entre pasado y presente, entre historia y disfrute.

Cuando una copa de Moscatel se eleva al sol del mediodía o se comparte en el ritual del aperitivo, no solo bebemos vino: bebemos siglos de cultura, de mar y de vida mediterránea.